domingo, 31 de enero de 2010

En busca del manuscrito perdido de Ollantay


En busca del manuscrito perdido de Ollantay

Julio Calvo Pérez

1. ollantay: los manuscritos.

Nunca se ha encontrado el supuesto primer manuscrito de Ollantay. De ser así, hoy posiblemente sabríamos qué autor lo escribió y dataríamos perfectamente la obra. A falta de tal hallazgo, ofrezco un stemma modificado de Calvo (1998) en que se contienen las fechas tentativas de los manuscritos existentes y la propuesta analógica final sobre la reconstrucción de las fuentes de Ollantay.


Los comentarios que siguen (tomados de Calvo 1998, 2004) tratarán de explicar, en efecto, el porqué del gráfico con que se abre este ensayo, el cual constituye una reciente reconstrucción de la propuesta hecha inicialmente en 1998.

El primer manuscrito de Ollantay, deteriorado por la humedad, se encontró en el Convento de Santo Domingo del Cuzco. Un fraile de la orden lo copió y remitió una copia a Johann Jakob von Tschudi, quien lo publicó en 1853 en Alemania. Ricardo Rojas (1939) afirma, con poca argumentación, que ya se encontraba este manuscrito en el convento de Santo Domingo de Cuzco en 1755. Se trata del Primitivo Dominicano (D-I).

El rastro de esta obra se pierde hasta 1940 en que en el mismo convento de los dominicos de Cuzco, el antiguo Qorikancha de los incas, aparece de nuevo un manuscrito de la obra: la copia es diferente, está hecha en dialecto ayacuchano –y no cuzqueño– y se halla en satisfactorio estado de conservación. Según afirma José Gabriel Cosío (1941: 15-16), la obra proviene de un particular, Augusto Reinaga, que la entregó al convento: se trata del Dominicano Segundo (D-II). Como afirmé en su momento:

“El cotejo de ambos manuscritos, o mejor dicho el del manuscrito del D-II con la edición del D-I por von Tschudi, no proporciona garantías de la antigüedad de uno sobre el otro: nosotros encontramos, tras un cotejo exhaustivo, que los dos se complementan extraordinariamente y se convierten en mutuamente insustituibles a la hora de emprender una edición definitiva” (1998: 24).

Urge ver, no obstante, qué otros manuscritos existen y cómo están elaborados para ver hasta qué punto la observación anterior es pertinente. En primer lugar, Markham (1871), sabedor de las dificultades de lectura de D-I que afirma que algún fragmento del original es dudoso, pese a los esfuerzos reconstructivos del alemán, indagó más y encontró un nuevo manuscrito de 1853, el llamado Códice de Justiniani. El texto proviene al parecer de otro de 1770 –1768, asegura Paul Rivet Rivet y Georges de Créqui-Montfort–, el cual estaba en posesión del cura Antonio Valdez. No cabe apenas duda de que el texto de Valdez es el mismo D-II o una copia fiel de éste.

El debate se centra, sobre todo, en el cotejo del manuscrito de Justiniani, que difiere del de Valdez, aunque se haya dicho que es copia del de éste (Markham 1910: 79-80), con el de Sahuaraura, de principios del siglo XIX. Aunque encontrado en 1938, más próximo a los dominicanos D-I y D-II. No obstante, los dos son necesarios en alguna medida para la reconstrucción del original perdido, el supuesto manuscrito común al que se remontan ambos.

Herederos directos del D-I son los textos de que se sirvieron las ediciones en alemán, inglés y francés de Ernst Middendorf (1853), Clements Markham (1871) y Gavino Pacheco Zegarra (1878), respectivamente. Las diferencias se deben mayormente a manipulaciones interesadas de los dos últimos, pese a la fama de que han gozado hasta hace apenas una década.

Por otra parte, desde el 18 de junio de 1735 se tienen noticias de una copia boliviana de Ollantay hecha por Miguel Ortiz: son apenas 638 versos –de ellos 172 truncos– que para muchos autores no tiene visos de autenticidad, aunque está próxima, al parecer, al D-I. Y en fechas posteriores, José Fernández Nodal imprimió un texto muy adulterado entre 1873 y 1874. Lo mismo sucede con el texto de Spilsbury, editado en una Crestomatía y en fecha aún más tardía, 1897.

Un aspecto externo, que también da pistas sobre la relación interna de los manuscritos es su extensión. Según nuestros datos, cotejados con los de Rivet y Créqui-Montfort (1951) tenemos:

Dominicanos:

Edición de von Tschudi, 1812 versos.

Ms. Sahuaraura, 1825 versos.

ediciones DE LOS DOMINICANOS:

Ernst Middendorf, 1851 versos (1852 para RyC-M)

Edición de Pacheco Zegarra, 1812 (1838 para RyC-M).

justiniani:

Edición de Markham, 1973 versos.

Edición de Barranca, 1971 versos.

Edición de Galante, 1978 versos.

otros:

Edición de Fernández Nodal, 1801 versos.

Edición de Spilsbury, 1758 versos.

Como dije anteriormente, parece que

“el conjunto de copias de versos máximos, que suponen más de cien sobre el texto dominicano, puede deberse en el origen a una adaptación, aumentada sobre el texto original, hecha por Justiniani sobre Valdez” (1998: 27).

Además, los dos especímenes del conjunto “otros” son versiones libres de sus autores, como ya señalé en su día. De este modo, sólo los dos dominicanos forman un grupo compacto, a los que se suman la mayoría de las ediciones: por ejemplo, la de Ernst Middendorf (1890), algo manipulada también, la cual alcanza 1851 versos y que se basa en las previas de von Tschudi y Markham, según él mismo confiesa (1890: 147)

Hecha esta partición y habiendo observado que los textos de D-I y D-II se dejan reconstruir con facilidad en un solo texto, parece obvio que es sobre éstos sobre los que se debe operar. No hay que olvidar, no obstante, que ninguno de los dos se deja reducir al otro, lo que “nos hace sospechar que debió existir algún texto base anterior a cualquiera de éstos, perdido hasta ahora” (Calvo 1998: 28), de acuerdo con Teodoro Meneses (1976: 77). De ahí que, para superar, por ejemplo, los errores de Gutiérrez (1958), se deba recurrir a esa anhelada edición crítica de la que partir para el futuro (Calvo 1998).

Otros pronuncian Ollantáy, en forma apelativa y más afectiva. Todo depende de si interpretamos Ollantay como un genitivo antiguo (“Sobre Ollanta”) o si lo hacemos como un vocativo (“Ay, mi Ollanta”). Las dos formas me parecen correctas, aunque yo haya elegido la más neutra.

Para Rivet, Justiniani se trata de una copia muy próxima al D-I.

“Los vínculos de Ollanta y Cusi-Kcuyllor ó El rigor de un padre y magnanimidad de un monarca”, que se halla inserto en su enciclopedia lingüística miscelánea Elementos de la lengua quichua ó idioma de los Yncas, libro V, “Prosodia”, pp. 417-441.

Hay otros manuscritos que no aportan especiales pistas sobre el origen de Ollantay (por ejemplo, el ms. de Chinchero). Se han hecho además, múltiples ediciones de la obra, la cual se ha traducido a muchos idiomas (incluso al latín por Galante), como se puede ver en el apéndice final.

Markham, por ejemplo, alteró bastante el original, no sé en base a qué fuentes, y presenta por doquier adiciones que alargan retóricamente el contenido del drama; así una cuarteta imperfecta de D-II (8a-8b-8a-8d), que implica en sí un posible error no resuelto en otros manuscritos (versos 1699-1702), la transforma, con cambio de letra, aunque no de contenido, en una sucesión de torpes pareados de arte menor (8a-8a-8b-8b-8c-8c).

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